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viernes, 20 de mayo de 2011

Capítulo 1. "Un papel"

"Una dura decisión"

Capítulo 1.
Un papel

Era una mañana de verano, me despertó un pequeño susurro. Intenté prestar atención para conseguir saber que era, pero pronto abandoné. Mi casa estaba en un silencio absoluto. Aún era muy de mañana, a esa hora ni mis padres, ni mi hermana pequeña estarían despiertos. Me volví a acostar, pero los rayos de luz del amanecer se empezaban a colar entre los huecos de la persiana, chocando contra mis ojos. Me levanté tambaleándome del sueño que tenía y baje la persiana completamente. Volví a tumbarme en la cama. En ese momento, comenzó a piar una golondrina que debía haber puesto el nido en mi ventana, era insoportable, ya me había despejado demasiado y sabía que no me iba a poder volver a dormir. Decidí ir al salón y ver la tele un rato, hasta que mis padres se levantaran. Pasé por la cocina para beber un poco de agua y me sorprendió ver a mi hermana allí sentada, con un vaso de leche
- ¿Qué haces levantada, Julia?
- Nada –me dijo casi susurrando.
- ¿Pasa algo?
- No –me dijo con la misma voz
- Si has tenido una pesadilla o cualquier problema, que sepas que me lo puedes decir.
- No, no pasa nada.
Bebí un poco de agua y me fui al salón bastante extrañado.
Al poco tiempo, viene mi hermana hacia mí y me dice:
-Guillermo, antes había una señora que me llamó por la ventana y me dio esto –me dijo entregándome un papel.
-¿Quién era, por qué le abriste la ventana? –le pregunté enfadado.
-No se quien era y no le abrí la ventana, baje la persiana –me dijo sacándome la lengua-, cuando se fue, levanté la persiana y vi que había dejado ese papel.
Desdoblé el papel con curiosidad. Estaba muy mal escrito pero me di cuenta de que era una dirección. Ponía “Av. Libertad 106”.
-¿Seguro que no sabes quien te ha dado esto? –le insistí a mi hermana.
-No, era una señora que no había visto nunca, tenía el pelo castaño y ondulado y sería tan alta como tú –me dijo un poco más calmada.
            Por la tarde, decidí ir a dónde ponía en el papel. Pensé que no pasaría nada por ir a llamar a una casa y saber que pasaba. Cogí mi bici y fui allí. La avenida Libertad era una calle de las afueras que rodeaba la ciudad. Busqué el número 106 de arriba abajo, pero no lo encontré. La última casa tenía el número 105 y a partir de ahí la calle se cortaba con una verja que conducía al campo abierto. Pregunté a varias personas que pasaban por allí, pero ninguna sabía nada. Ya iba abandonar cuando me percaté de que al otro lado de esa valla y de entre unos arbustos surgía un pequeño sendero entre la hierba, probablemente creado, por la propia gente al caminar sobre él constantemente.
Me acerqué al inicio del camino y me desplacé un poco hacia un lado para evitar que dos grandes chopos me cortaran la vista. Escondida detrás de ellos vi una cabaña bastante ruinosa. Me monté en la bici y me dirigí hacia allí. Al llegar, pude comprobar que en la pared, sobre la puerta, a la cual lo único que la mantenía cerrada era una cadena oxidada que pasaba por un agujero hecho en la pared y otro en la puerta, finalmente unida por un candado, había grabado con una navaja un 106.
La cabaña tenía una ventana pequeña con los cristales rotos, el tejado medio caído y la pared resquebrajada. Quise entrar, sentí que dentro había algo esperándome, algo que me atraía. Cogí una piedra alargada y comencé a dar golpes con ella a la cadena. No necesité mucho esfuerzo, a los pocos golpes se fragmentó. Empujé la puerta con todas mis fuerzas, detrás había algo que la obstruía. A base de empujones conseguí abrir un pequeño hueco para poder entrar. La parte caída del tejado dejaba pasar los rayos de luz e iluminaba el interior de la caseta. Parecía estar abandonada desde hace mucho tiempo. El suelo era de tierra, sobre él crecían algunas hierbas. Había muebles de madera caídos por todos los lados, agrietados, llenos de tierra y barro. Pero me llamó la atención una mesita que había en frente mío. Estaba limpia, en pie y sobre ella había un medallón. Me acerqué con miedo, no se exactamente de qué, la cogí, era de oro, en la parte exterior había grabada un águila perfectamente detallada. Giré el medallón, había grabado un nombre en la parte posterior, lo leí en voz alta, un escalofrío me recorrió la espalda y se me aceleró el corazón. Ponía… “Para Daniel Fernández González”. Era mi difunto abuelo.



Por superfdz
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